La historia de Chanel Miller cambió el mundo para siempre. En 2016, Brock Turner, de diecinueve años, la violó en el campus de Stanford. Despertó confusa en el hospital, no recordaba nada. Lo que venía ahora era una reconstrucción de los hechos lenta y penosa, la lucha contra las evidentes fisuras en la seguridad de los campus universitarios y uno de los juicios más vergonzosos de la historia de EE.UU., donde Miller tuvo que responder a preguntas como éstas: ¿Qué llevabas puesto? ¿Cuándo bebiste? ¿Vas en serio con tu novio? ¿Eres sexualmente activa con él? ¿Le pondrías los cuernos? Un año y medio después de la agresión, Turner fue sentenciado a tan solo seis meses de cárcel. La declaración de Miller en el juicio, que ella misma publicó al día siguiente, fue leída por once millones de personas en cuatro días, y provocó la indignación de un país y la reacción internacional. Durante todo ese tiempo ella fue Emily Doe, el pseudónimo que suele usarse para proteger el anonimato de las víctimas. Pero cuatro años después decidió reivindicar su historia, y con ella su nombre. Tengo un nombre son unas memorias íntimas y profundamente conmovedoras, que dejan en evidencia a un sistema que se retuerce de cuantas maneras conoce para defender a los agresores sexuales, que falla a las víctimas. Una historia que reclama justicia, sobre todo, pero también el derecho a seguir viviendo.