Si los hombres cerraran las ventanas de las alcobas, después de haber bebido tres o cuatro sorbos de mandragorito, sus amantes resplandereían al fondo de esas aguas negras. Y sus manos, enguantadas con la piel de los lobos, apresarían algún cuerpo diminuto, una joya de cristal de roca, o la cabeza transparente de una mujer tansparente.
Originalmente publicado por Ediciones mandrágora en 1941 y reeditado en 2014 por Pequeño Dios.